NARRATIVA

Mucho tiempo ha pasado y aun lo recordamos con cariño año con año, pues no le importó pasar trabajos, incluso ser traicionado y perder la vida a cambio de la libertad de sus compatriotas; si hoy viviera entre nosotros se asombraría de todo lo que sus esfuerzos han logrado: una patria libre, donde todos somos iguales sin importar nuestra raza, condición social o económica; qué bien se sentiría de admirar la paz en que vivimos actualmente, Miguel Hidalgo es de quien les hablo, hombre inteligente, íntegro, amable, astuto y de una profunda vocación sacerdotal.

Este buen hombre que ayudaba tanto a los indígenas de su parroquia de Dolores, un día recibió la invitación de un militar llamado Ignacio Allende para asistir a unas reuniones secretas en casa del corregidor de Querétaro, Dn. Miguel Domínguez, quien astutamente organizaba reuniones sociales, que en ese entonces llamaban tertulias, como en ese tiempo todavía no se inventaba la luz eléctrica, la televisión, la computadora, etc., entonces la gente se divertía jugando cartas, tocando algún instrumento musical, declamando, cantando, etc., y ese precisamente era el pretexto para que en secreto, en otra habitación de la casa se reunieran sigilosamente varias personas para conspirar contra el gobierno español, que para ese entonces ya llevaba poco más de 300 años en el poder, gobernando con mucha injusticia.

Desde el momento en que Hidalgo aceptó convertirse en un conspirador supo a lo que se enfrentaba. Es posible que pensara que el proyecto le costaría la vida. Resignado, así se lo dijo a Allende: “Sepa usted, Ignacio, que los autores de semejantes empresas no gozan nunca del fruto de ellas”, sin embargo nunca se arrepintió. Sin pretenderlo no sólo se unió a la conspiración, su dinamismo lo convirtió en la figura principal de ésta. La conspiración fue descubierta y se vieron obligados a adelantar la fecha elegida inicialmente para dar comienzo a la guerra de independencia, siendo así que en el amanecer del 16 de septiembre de 1810, Hidalgo se encaminó a su parroquia, subió las escalinatas que conducen a la puerta del templo y desde allí, el tañir de las campanas hizo que rápidamente el atrio se llenara de gente. Entonces se escuchó la voz potente del cura de Dolores que resonaba con vibrante emoción pidíéndoles se levantaran en armas, la respuesta fue grandiosa, más de trescientas gentes lo siguieron y así partieron hacia San Miguel.

Al pasar por el santuario de Atotonilco, Don Miguel tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe y la mostró a la tropa, que inmediatamente la aclamó y convirtió en bandera y símbolo del movimiento.